async='async' data-ad-client='ca-pub-1235419492815371' src='https://pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js'/> OaxacaJournal: SOCIALISMO MALDITO

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lunes, 29 de abril de 2024

El resultado de las malas ideas

El empresario Ricardo Salinas Pliego publicó un escrito exhibiendo el fracaso del comunismo en China, la ideología que destruyó el gigante asiático, Cuba y Venezuela que hoy inspira la autodenominada Cuarta Transformación. 

Aquí el texto completo. 

Me queda claro que uno no escoge dónde nace, pero también tengo claro que uno elige a dónde va. Ese es el caso de Weijian Shan, un economista y emprendedor cuya historia nos muestra la diferencia entre las buenas y las malas ideas.

Shan nació en China y creció bajo el mandato de Mao Zedong, quien fundó el Partido Comunista y la República Popular China con un objetivo claro: establecer una ideología marxista-leninista adaptada a “las necesidades” de su país, con enfoque en el campo.

Mao implementó una campaña económica llamada el Gran Salto Adelante, que buscaba transformaciones económicas, sociales y políticas para, entre otras cosas, industrializar a China por medio de metas ambiciosas como tratar de superar la producción de acero de otros países. Sin embargo, esto no funcionó y, por el contrario, condujo a una de las peores crisis de la historia: la Gran Hambruna, en la que murieron entre 15 y 45 millones de personas.

Pero Mao Zedong no paró ahí, tiempo después impuso la Revolución Cultural, que buscaba eliminar la influencia del capitalismo y pensamiento burgués. Decía que el pueblo sólo podría tomar conciencia si se le instruía de “manera correcta”. Para ello, optó por “limpiar” la historia eliminando la herencia cultural de las dinastías chinas y reprimió a los intelectuales del país para que callaran sus ideas anticomunistas. Todo esto supervisado por los Guardias Rojos, encargados de mantener el orden y cumplimiento de la revolución.

Con su dicho, “primero destruye, la reconstrucción vendrá por sí sola", Mao ordenó que los guardias acabaran con antigüedades, templos y la doctrina, libros y manuscritos de Confucio, en un esfuerzo por eliminar el pasado. También canceló la educación para los jóvenes, creando una generación de personas que no sabían leer ni contaban con conocimientos básicos; le llamaron “la generación perdida”.

Mao canceló la educación para los jóvenes, creando una generación de personas que no sabían leer ni contaban con conocimientos básicos.

Este es el contexto en el que Weijian Shan pasó su infancia en China y que describe con detalle en su libro Out of the Gobi, que recomiendo ampliamente. En él, cuenta que para el año 1968, el país ya era un caos. Mao mandó a cerca de 16 millones de jóvenes al campo para ser “reeducados por campesinos” y transformar China en un paraíso socialista. Así, Shan fue enviado al desierto de Gobi ―al norte de la muralla―, para tratar de transformar esas tierras áridas en campos agrícolas. Está de más mencionar el poco éxito de esa tarea: tenían a 300 jóvenes sembrando 750 mil kilos de semillas, pero sólo se produjeron 70 mil kilos de grano. Prueba del ineficiente sistema comunista.

Las condiciones bajo las que vivían en el Gobi eran terribles. Especialmente en invierno, ya que las casas que habitaban (y que ellos mismos construían) eran de barro y, al no tener calefacción, la temperatura dentro y fuera de ellas era de -10ºC. Sin baños, salir al aire libre era de vida o muerte y su única fuente de calor era quemar el excremento de toros y vacas, que utilizaban para calentar las casas y poder dormir.

Shan cuenta que cuando tenía 15 años, nunca había dudado que Mao estaba en lo correcto y, aunque veía las cosas horribles que estaban ocurriendo, pensaba que, “si él estuviera al tanto, seguramente haría algo al respecto”.

Fue así que él y unos compañeros escribieron una carta a Mao, como si hubieran cometido tres crímenes: 1) contra la juventud, porque no estaban educados y estaban perdiendo el tiempo y la vida; 2) un crimen contra la población rural, porque estaban tan hambrientos que les tenían que robar comida y 3) el crimen contra el Estado, porque pensaban que ese sistema no era bueno para China.

Mandaron la carta a Beijing. Por supuesto, sin respuesta.

¿Cómo cambiar una mala idea por una buena?

Al quedar prohibida la educación desde 1966, Weijian Shan era de las pocas personas que sabía leer y, aunque los libros estaban vetados, él leía por las noches cualquier panfleto o libro que pudiera conseguir. No tenía dinero para comprar velas, así que quemaba aceite de queroseno para tener un poco de luz. Esto le trajo muchos problemas, ya que sus compañeros decían que siempre estaba leyendo porque aspiraba a un estilo de vida capitalista y “quería volverse alguien algún día” ―que, por definición del diccionario de la clase trabajadora, era “sumamente malo”.

Sus compañeros decían que siempre estaba leyendo porque aspiraba a un estilo de vida capitalista y “quería volverse alguien algún día”.

Pero la falta de preparación en los jóvenes era tal, que cuando supieron que Shan leía libros médicos lo llamaron de la oficina del comandante de la compañía y le informaron que sería doctor.

Tiempo después, Mao Zedong se dio cuenta de la necesidad de preparar a la población y anunció que los comandantes seleccionarían a algunos jóvenes para estudiar en la universidad. Pero Weijian, al no ser muy popular, debía ganar simpatías para que lo seleccionaran y tuvo que hacer un plan para acercarse a la gente y hacer relaciones. En 1975, eventualmente lo seleccionaron para estudiar en el Beijing Institute of Foreign Trade y en 1980 lo eligieron para irse a estudiar a Estados Unidos.

Desde entonces su vida cambió: entró a la Universidad de San Francisco y después a Berkeley, donde fue uno de los primeros estudiantes chinos en recibir un doctorado. Se dedicó al ámbito financiero, fue socio de TPG Capital, representante de JPMorgan en China y ahora es CEO y cofundador de PAG, una destacada firma de inversiones en Asia.

Pero, quizás, una de las cosas más destacables de Weijian Shan es que no olvida ―ni deja que los demás olviden― todo lo que se vivió en China. No sólo escribe y analiza al respecto, sino que ha jugado un rol muy importante en la apertura económica de su país, guiando la primera adquisición y reestructuración de un banco nacional chino, el Banco de Desarrollo de Shenzhen, por parte de una firma extranjera de capital privado.

Con la muerte de Mao Zedong, sus seguidores fueron derrocados en un golpe de Estado y comenzó la transformación económica abriendo el país a la inversión extranjera, otorgando permiso a emprendedores para comenzar negocios y privatizando gran parte de la industria estatal. De 1978 a 2010, China experimentó un crecimiento económico sin precedentes, de 9.5% promedio anual.

En palabras de Weijian Shan:

“China se ha desarrollado abrazando una economía de mercado; en esencia, el capitalismo… Mi experiencia en el desierto y mi visión de China ―y de otros países― es que, si esperas que el gobierno cree compañías gigantes, estás apostando por la opción incorrecta.

La mayoría de los jóvenes de “la generación perdida”, salió de esa época sin preparación alguna, esperando que su gobierno les diera opciones y han vivido en la pobreza desde entonces. Shan, por otro lado, no dejó que una mala idea como el comunismo dictara su vida. Salió adelante porque sabía que sólo dependía de él.

La mayoría de los jóvenes de “la generación perdida”, salió sin preparación alguna, esperando que su gobierno les diera opciones. Han vivido en la pobreza desde entonces.

Hoy en día, además del comunismo, hay otras formas de colectivismo que nos quieren vender como novedad y paraíso. No hay nada más falso. Todo tipo de colectivismo es contra natura, además de inmoral.

Siempre he pensado que la mejor forma de predecir el futuro es crearlo. No esperemos a que alguien más venga a solucionar nuestro camino.

domingo, 28 de abril de 2024

¿Quién mató a Salvador Allende?

¿Se suicidó Salvador Allende, para dar esa imagen de «revolucionario entregado», o lo mató un agente castrista a cargo de su protección? Salvador Allende no se suicidó ni murió bajo las balas de los militares golpistas el 11 de septiembre de 1973. Durante el asalto contra el Palacio de la Moneda, el presidente de Chile fue asesinado por un agente cubano.


En medio de los bombardeos de la aviación militar, el pánico se había apoderado de los colaboradores del socialista y este, ante la desesperada situación, había pedido y obtenido breves ceses de fuego. Estaba, al final, decidido a cesar toda resistencia.

Allende, muerto de miedo, corría por los pasillos del segundo piso del palacio gritando que había que rendirse. Antes de que pudieran hacerlo, Patricio de la Guardia, el agente de Fidel Castro encargado directo de la seguridad del mandatario chileno, esperó que este regresara a su escritorio y le disparó sin más una ráfaga de ametralladora.

Enseguida, puso sobre el cuerpo de Allende un fusil para hacer creer que este había sido ultimado por los atacantes y regresó corriendo al primer piso del edificio en llamas donde lo esperaban los otros cubanos.

El grupo abandonó sin mayor tropiezo el Palacio de la Moneda y se refugió minutos después en la Embajada de Cuba, situada a poca distancia de allí.

Esta versión del fin dramático de Salvador Allende, que contradice las dos anteriores casi oficiales, dadas  por Fidel Castro (la tesis de la heroica muerte en combate) y por la junta militar chilena (la del suicidio), emana de dos antiguos miembros de organismos secretos cubanos muy bien informados acerca de ese sangriento episodio y hoy exiliados en Europa.

En un libro publicado en París por Ediciones Plon, titulado Cuba Nostra, les secrets d'etat de Fidel Castro, Alain Ammar, periodista especialista en Cuba y América Latina, analiza y confronta las declaraciones que le dieran Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez, dos ex funcionarios de inteligencia cubanos.

Exilado desde 1979, Juan Vives era un exagente secreto de la dictadura y sobrino de Osvaldo Dorticós Torrado, el presidente cubano de opereta que reinó de 1959 a 1976, y que fue suicidado en oscuras circunstancias en 1983.

Vives cuenta que en noviembre de 1973, en un bar del hotel Habana Libre donde algunos miembros de los órganos de Seguridad del Estado solían reunirse los sábados para beber cerveza e intercambiar de manera informal chismes e informaciones de todo tipo, escuchó del mismo Patricio de la Guardia, jefe de las tropas especiales cubanas presente en la Moneda el fatídico 11 de septiembre de 1973, esa escalofriante confesión.

Durante años, Vives no quiso dar a conocer esa información pues, como decía, era peligroso hacerlo y no había hasta ese momento ningún otro responsable cubano en el exilio que pudiera confirmar el carácter fidedigno de esos hechos.

Cuando supo que Daniel Alarcón Ramírez, alias Benigno, uno de los tres sobrevivientes de la guerrilla de Ernesto Guevara en Bolivia, se hallaba también exiliado en Europa, la idea de dar a conocer esos graves hechos volvió a cobrar fuerza.

En el libro de Alain Ammar, Benigno confirma plenamente la narración de Vives. Ambos conocieron a Salvador Allende y a su familia. Ambos vivieron en Chile durante el gobierno de Allende. Ambos escucharon, en momentos diferentes, la confesión de Patricio de la Guardia a su regreso a La Habana.

El libro de Ammar describe con precisión los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular y, sobre todo, muestra el avanzado grado de control directo que Fidel Castro había logrado instalar, mediante sus centenas de espías de la DGI y mediante sus operadores y agentes de influencia implantados en Santiago, sobre el presidente Salvador Allende, sobre sus ministros y hasta sobre sus amigos y colaboradores más íntimos.

De hecho, la llamada vía chilena al socialismo había sido desviada por el castrismo hasta el punto de que dentro del gobierno de Allende hubo voces que criticaban esa brutal ingerencia.

Meses antes de su muerte, Salvador Allende había sido ya instrumentalizado por Castro, explica Juan Vives. Pero Allende no era el hombre que La Habana quería tener en el poder en Santiago.

A quienes Castro y Manuel Piñeiro (brazo derecho de Castro en operaciones de espionaje en Latinoamérica, muerto en Cuba de un infarto) preparaban para el relevo, a espaldas del mismo presidente Allende, era a Miguel Henríquez, principal dirigente del MIR, y a Pascal Allende, número dos del MIR.

Ese control sobre el jefe de Estado chileno se había agudizado notablemente tras el primer intento de golpe militar, el 29 de junio de 1973, más conocido como el tacnazo, una breve revuelta del regimiento de artillería Tacna, dirigido por el general Roberto Viaux, en lo que resultó ser una manifestación no violenta contra el gobierno del presidente chileno Eduardo Frei Montalva.

Cuando La Habana supo que los chilenos que rodeaban al Presidente estaban asustados, Fidel Castro hizo saber que Allende no podía en ningún caso rendirse ni pedir asilo en una Embajada.

«Si él debía morir, debía morir como un héroe. Cualquier otra actitud, cobarde y poco valiente, tendría repercusiones graves para la lucha en América latina», recuerda Juan Vives.

Por eso Fidel Castro dio la orden a Patricio de la Guardia de «eliminar a Allende si a último momento este cedía ante el miedo».

Poco después de los primeros ataques a la Moneda, Allende mismo había dicho a Patricio de la Guardia que había que pedir asilo político ante la Embajada de Suecia.

El mandatario había incluso designado a Augusto Olivares, su consejero de prensa, para hacerlo.

Probablemente por eso, Olivares, alias El perro, fue también ultimado por los cubanos antes de que estos enfilaran baterías contra el Presidente de Chile.

«Reclutado por la DGI cubana, Olivares transmitía hasta los pensamientos más íntimos de Allende a Piñeiro, quien, a su vez, informaba a Fidel», declaró Juan Vives.

Otro guardaespaldas chileno de Allende, un tal Agustín, fue también «fusilado» por los cubanos en esos momentos dramáticos, según la declaración hecha por Benigno al autor del libro.

Semanas después del golpe de Estado, Patricio de la Guardia había revelado, en efecto, a Benigno el fin de Agustín, hermano de un amigo suyo que vivía aún en Cuba, y le había dado otro detalle importante sobre lo ocurrido durante esa trágica mañana en el Palacio de la Moneda: antes de ametrallarlo, el agente cubano había atrapado con fuerza a Salvador Allende, quien quería salir del Palacio, y lo había sentado en el sillón presidencial gritándole: «¡Un presidente muere en su sitio!».

La versión del asesinato a quemarropa de Allende no era del todo desconocida. El 12 de septiembre de 1973, varias agencias, entre ellas la AFP, resumieron en cuatro líneas ese hecho.

Publicado al día siguiente por Le Monde, el cable decía: «Según fuentes de la derecha chilena, el presidente Allende fue matado por su guardia personal en momentos en que pedía cinco minutos de cese al fuego para rendirse a los militares quienes estaban a punto de entrar al Palacio de la Moneda».

Ammar indica que esa hipótesis «fue enterrada inmediatamente» pues ella no le convenía a nadie «ni a los colaboradores de Allende, ni a la izquierda chilena, ni a sus amigos en el extranjero, ni a los militares, ni sobre todo, a Fidel Castro».

El libro de Alain Ammar aborda, en sus 425 páginas, muchos otros temas y episodios relacionados con las complicadas y no siempre exitosas operaciones secretas de La Habana en Cuba y en varios países.

Esa versión la han desmentido en Chile personas que estuvieron en la Moneda cuando fue bombardeada.

¿Quién reparará el daño a los cubanos?

Aunque la dictadura cubana se caiga mañana, aunque todos los culpables cumplan cárcel o se enfrenten a la ira popular, aunque el PCC entero se hunda, aunque arrastren a Raúl Castro o a Díaz-Canel por todas las calles de La Habana, ¿quién repara todo el daño causado? ¿Quién le devuelve a las madres cubanas los hijos que han perdido en una mazmorra castrista, o los que han desaparecido en el estrecho de la Florida, o en la selva del Darién? Familias separadas, destruidas; amigos desvanecidos; cumpleaños sin un ser querido.


Solo al nacer en Cuba y saberse cubano podría uno empezar a entender cuán desgraciado se es. Nacer, o mal nacer, en una dictadura totalitaria, que ha logrado venderle al mundo la imagen de solidaridad, altruismo e internacionalismo, equivale a un estigma de por vida.

Ser cubano es sinónimo de escasez, restricción, miseria, hambre, necesidad, atraso, tercermundismo, cobardía, complicidad, incluso sabiendo que hubo hombres y mujeres que se plantaron ante el castrismo y lo desafiaron a expensas de sus vidas.

Ser cubano es ser mal visto en cualquier aeropuerto del mundo con un pasaporte inútil, sabiéndose desvalido y sin el apoyo de las autoridades diplomáticas cubanas ante cualquier eventualidad.

Ser cubano es compartir nacionalidad con millones de chivatones serviles que han empleado su triste existencia en joder a su vecino, en agredirlo, en insultarlo, en desearle el mal.

Ser cubano es creerse, a un grado febril, que somos ingeniosos y creativos, cuando la realidad posterior a 1959 no ha sido nunca de inteligencia ni habilidad, sino de supervivencia y resignación ante las prohibiciones impuestas por los mismos que aplaudieron nuestros padres y abuelos.

Ya a Cuba no le quedan lágrimas, ni esperanzas; sigue primando el fanatismo desde los dos polos, el que ansía verla libre y el que se empeña en continuar apoyando su ideología a cambio de un beneficio pedestre. ¿Qué es una Cuba libre? A corto, mediano y muy largo plazo, esa Cuba libre es un trozo de tierra infértil en medio del mar con los culpables linchados o apresados. ¿Y? ¿Dónde queda la educación cívica que se esfumó tras la llegada de la mugre revolucionaria del 59? ¿Cómo se le vuelve a quitar el miedo a una población diezmada? ¿Cómo dejar de sentir pavor ante la sola mención de la palabra «política»? ¿Cómo participar una vez más del escenario socio-político de la que fuese República sin tener que pasarse el día entero pensando en la comida o en el apagón que toca por la tarde? Tendrán que pasar décadas para empezar a renacer como pueblo y muchas más para volver a ser una nación.

Ya a Cuba no le quedan lágrimas. Las soltamos todas en 65 años alabando, vitoreando y aplaudiendo al verdugo que nos regaló el grillete.

lunes, 22 de abril de 2024

García Márquez espía de Fidel Castro

Gabriel García Márquez, el espía de Fidel Castro en México. El Premio Nobel y sus contactos en ese país fueron vigilados por la inteligencia local durante casi 20 años, según varios documentos desclasificados.
La Dirección Nacional de Seguridad (DNS), el servicio de espionaje político del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó 71 años seguidos en México, mantuvo estrecha vigilancia sobre el Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez durante casi 20 años.

Mientras existió esa entidad de espionaje, no perdió ni un paso al autor de Cien años de soledad, a quien consideraba un «agente de propaganda procubana y soviética».

García Márquez fue vigilado en su país de adopción, al igual que quienes visitaban la casa del novelista en México; entre ellos, el entonces secretario general del Partido Comunista chileno y el consejero político de la Embajada de La Habana en ese país.

La mayor preocupación del DNS con el escritor era su relación de amistad con el esperpento de Fidel Castro y con el resto de gobiernos y guerrillas asociados a la izquierda de la región. De ahí que lo vigilasen desde finales de la década de 1960, cuando el autor fijó su residencia en México, hasta 1985, último año de funcionamiento de la DNS.

En el expediente que el aparato de inteligencia tenía sobre el colombiano consta el seguimiento personal en actos públicos y reuniones de carácter privado, así como fotografías de las personas que visitaban su casa y un minucioso registro de sus viajes a Cuba a partir de 1975.

La relación de García Márquez con el régimen de Castro se inició en enero de 1959, cuando pasó seis meses en la Isla como corresponsal de Prensa Latina, aunque se habría desencantado con el proceso político en marcha y en 1967 decidió radicarse en Barcelona.

Sin embargo, la caída de Salvador Allende en 1973 había despertado en el escritor la necesidad de acercarse nuevamente a La Habana bajo la intención de reactivar su periodismo militante.

El expediente recoge además la cesión a La Habana en 1982 de los derechos de su libro Crónica de una muerte anunciada, salido un año antes.

La Fundación Habeas, iniciativa del propio García Márquez, tenía como objetivo proteger, apoyar económica y legalmente a las personas con ideología marxista-leninista que, por su participación en grupos guerrilleros y terroristas, se escudan bajo el concepto de perseguidos políticos.

En 1955, García Márquez militó unos pocos meses en una célula del Partido Comunista colombiano, pero se largó de ella. 

Su quizás más enconado y reconocido detractor, el peruano Mario Vargas Llosa, le tildó de «lacayo» de Castro en 1976, después de que el colombiano escribiera, bajo supervisión del dictador cubano, 'Operación Carlota: Cuba en Angola'. Dos años después, García Márquez declaró que su adhesión al régimen cubano era similar al catolicismo, «una Comunión con los Santos».

Cuando Fidel Castro cumplió 61 años, quien ya era su íntimo amigo publicó un perfil que refleja con claridad lo que el Premio Nobel sentía hacia el déspota. Una baba melosa hacia el dictador cubano: «Da la impresión de que nada le divierte tanto como mostrar su cara verdadera a quienes llegan preparados por la propaganda enemiga para encontrarse con un caudillo bárbaro. Él les canta las verdades, y soporta muy bien que se las canten a él», rezaba uno de los párrafos. «Pero lo más lamentable, tanto para Fidel Castro como para sus oyentes», seguía narrando, «es que aun los periodistas mejores, sobre todo los europeos, no tienen ni siquiera la curiosidad de confrontar sus cuestionarios con la realidad de la calle. Anhelan el trofeo de la entrevista con preguntas que llevan escritas de acuerdo con las obsesiones políticas y los prejuicios culturales de sus países, sin tomarse el trabajo de averiguar por sí mismos cómo es en realidad la Cuba de hoy».

Mientras el escritor disfrutaba con sus invitados de buena comida, el pueblo cubano seguía sometido a la cartilla de racionamiento impuesta desde 1962.
Entre las contribuciones que ha hecho al régimen, al margen de presentar a su líder como un demócrata cualquiera, cabría mencionar dos: a) cuando ignoró e incluso justificó la ejecución de cuatro exoficiales cubanos, uno de ellos, Antonio de la Guardia, íntimo amigo suyo, acusados, como tantos otros opositores, de traición a la patria; b) la creación de la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano, una máquina propagandística muy beneficiosa para el régimen.

Muchos siguen preguntándose por qué Gabo ignoró los crímenes y defendió la causa de Fidel Castro.